jueves, 12 de noviembre de 2015

La conversión de Ernst Jünger

La bitácora El sosiego acantilado reprodujo recientemente interesantes pasajes de un libro de conversaciones con Albert Hoffmann (1906-2008), químico e intelectual suizo, recordado por ser el primero en sintetizar el LSD y experimentar con sus efectos psicotrópicos. 

En dichos pasajes, Hoffmann se refiere a la estrecha amistad que lo unió al célebre escritor, pensador y entomólogo alemán Ernst Jünger (1895-1998) -quien, a lo largo de su vida, también experimentó reiteradamente con diversas drogas en busca de nuevas experiencias estéticas, como dan cuenta sus libros Besuch auf Godenholm (1952) o Annäherungen: Drogen und Rausch (1970)- y, especialmente, a la conversión de éste al catolicismo, ocurrida el 26 de septiembre de 1996, poco antes su muerte, acaecida el 17 de febrero de 1998, a algo más de un mes de cumplir los 103 años.

 Ernst Jünger

Jünger fue durante toda su vida un personaje polémico, acusado por muchos de glorificar la guerra y la violencia en sus memorias sobre su participación en el Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial, Tempestades de acero (In Stahlgewittern, 1920), bajo sospecha durante los primeros años luego de la Segunda Guerra Mundial por su pasado nacionalista y con prohibición de publicar hasta  1949 -todo lo cual pasaba por alto su claro rechazo a toda forma de colaboración con el régimen nacionalsocialista y sus contactos personales con varios de los implicados en el fallido atentado contra Hitler de 1944-, y rechazado por la izquierda alemana de la posguerra en cuanto referente del pensamiento conservador.

Despertó admiración, sin embargo, en las personas más disímiles, desde el esoterista antimoderno italiano Julius Evola hasta el Presidente socialista francés François Mitterrand -en Francia sus libros gozan hasta hoy de gran popularidad, y en 1984 fue invitado a pronunciar un discurso ante el recién referido Mitterand y el canciller alemán Helmut Kohl en Verdún, con ocasión de la conmemoración de la batalla del mismo nombre. Jünger se reencontraría con ambos hombres de Estado cuando éstos lo visitaron el 20 de julio de 1993 en su casa en Wilflingen (Württemberg), donde habitó desde 1951 y hasta su muerte.

Su tardía conversión al catolicismo, la que se conoció públicamente solamente luego de su muerte, tampoco estuvo exenta de polémica, causando sorpresa y perplejidad en su círculo de amigos, de lo que da cuenta la entrevista a Hoffmann, que, en lo pertinente, reproducimos a continuación para nuestros lectores. Otra muestra, quizás, de la eterna vocación del cristianismo de ser signo de contradicción (Lc. 2, 34; Hch., 28, 22).

 Andrea Mantegna, La presentación en el templo (c. 1455)


*** 

“[…] el tema del que quiere hablar inmediatamente es el luto que lleva en su interior y que aún no ha elaborado: ha muerto Ernst Jünger, el amigo al que se sentía especialmente unido, y la pérdida le ha afectado en lo más íntimo. ¿Cuándo se vieron por última vez?

En septiembre de 1997. Había venido a Basilea, como todos los años, para la feria entomológica. Hacía un día magnífico. Un sol espléndido entibiaba el aire del principio del otoño. Habíamos acordado encontrarnos en el gran salón donde los expositores presentan sus coleópteros. Cuando llegué al lugar de la cita, vi que Jünger estaba todavía distraído observando con la lupa los ejemplares expuestos. Después de haberlos examinado atentamente adquirió un par. Era realmente extraordinario con qué inmediatez y espontaneidad, aun pasando ya de los cien años, se entregaba a su pasión. Después de visitar la feria, comimos con nuestras mujeres en el hotel Drei Könige. Jünger estaba bien, estaba de excelente humor, completamente lúcido aún, aunque de vez en cuando fijaba la mirada en un punto lejano y casi parecía ausentarse mentalmente. Fue un último encuentro muy feliz.

 Jünger anciano, portando la Pour le mérite


¿No volvieron a verse más?


No; luego fui a sus funerales en Wilflingen. Una ceremonia solemne, magnífica. La nieve fresca, caída por la mañana, cubría el paisaje de un blanco que centelleaba bajo los rayos del sol. El féretro iba en un carruaje tirado por corceles blancos. Había venido mucha gente de todas partes, formando una multitud impresionante que se apiñaba en silencio en aquella parte del pueblo. Veteranos de uniforme, un hermoso espectáculo, se habían colocado en formación para presentarle el último saludo. Lo que sorprendió un poco a todos fue que la ceremonia religiosa se celebró con arreglo al rito católico.


Señal exterior de su conversión final al catolicismo…


Así dice, pero yo me inclino a creer que fue más sencillamente la señal de la gran importancia que concedía al ceremonial, a las formas, al lado estético de la vida. En esto el catolicismo era para él ejemplar porque no había perdido el sentimiento de las ceremonias. El simbolismo católico siempre le había fascinado. Por el contrario, el protestantismo es en este aspecto muy pobre y descarnado. En ocasiones tendemos a interpretar este aspecto del catolicismo negativamente, como un empobrecimiento formalista de la religión, y eso nos molesta. Para Jünger era, contrariamente, una especie de estuche de lo simbólico. En cualquier caso, es difícil decir si en los últimos tiempos hubo en él una auténtica conversión al catolicismo.


Es lo que opinan los biógrafos Paul Noack y Heimo Schwilk.


Puede ser, pero me parece curioso y en el fondo inexplicable. Desde luego, es cierto que últimamente Jünger se había interesado de manera especial por los dioses y titanes. Sin duda tendría un papel importante el hecho de que todo el ambiente en el que vivía era profundamente católico: el barón Von Stauffenberg, uno de sus mejores amigos, propietario del castillo en el que residía y de la iglesia que daba al castillo, era un católico riguroso; profundamente católica era también la comunidad de Wilflingen, a la que se sentía tan ligado. Sea como fuere, la ceremonia fúnebre fue grandiosa.


La casa que habitó Jünger en Wilflingen (Württemberg, Alemania)
entre 1951 y 1998, año de su muerte.


Sin embargo, hay algo que no cuadra en esta conversión…


Por eso me gustaría hablar de ello un día francamente con la señora Jünger y averiguar las razones más profundas de esta sorprendente adhesión al catolicismo.


[…] Ya nos ha dicho que cree en un principio divino, pero usted parece más próximo a un panteísmo naturalista que al Dios personal del cristianismo. Ahora le preguntamos: ¿cree en el más allá, en una vida después de la muerte?


Podría contestarles lo que Jünger me contestó a mí cuando le hice esa misma pregunta: No lo creo; lo sé.

Tomado de: Gnoli, A./Volpi, F., El dios de los ácidos. Conversaciones con Albert Hofmann, Madrid, Siruela, 2008, pp. 121-125 y 157.

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