miércoles, 3 de diciembre de 2014

San Francisco Javier y Benedicto XVI

Hoy celebramos, tanto en el calendario tradicional como en el reformado, la fiesta de San Francisco Javier, SJ. Nacido en 1506 en el castillo de Javier (Navarra), en el seno de una familia de noble linaje, fue un estrecho colaborador de San Ignacio de Loyola (1491-1556), a quien conoció durante sus estudios en París, donde formó parte del grupo de precursores de la Compañía de Jesús. Luego de su ordenación sacerdotal (1537), parte en 1541 como legado del Papa Paulo III a las Indias Orientales, donde realizó una intensa y apasionada labor misionera, principalmente en la India, Japón y otros lugares del oriente asiático. Muere el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Sanchón, mientras esperaba su traslado a China para misionar allí. Fue beatificado por el Papa Paulo V en 1619 y canonizado en 1622 por el Papa Gregorio XV, junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Felipe Neri y San Isidro Labrador. El Papa San Pío X lo nombra en 1904 patrono de la Obra de la Propagación de la Fe. En 1927, el Papa Pío XI lo designó Patrono de las Misiones, conjuntamente con Santa Teresita del Niño Jesús. El Propio del día de hoy en el Usus antiquior destaca particularmente el celo misionero de San Francisco Javier, especialmente la oración colecta:


“Deus, qui Indiárum gentes beáti Francísci prædicatióne et miráculis Ecclésiæ tuæ aggregáre voluísti: concede propítius; ut, cujus gloriósa mérita venerámur, virtútum quoque imitémur exémpla.” *


Con ocasión de esta fiesta y recordando el señalado fervor misionero que siempre animó al llamado Apóstol de las Indias Orientales, les presentamos algunos extractos de un reciente mensaje del Papa Emérito, S.S. Benedicto XVI, dirigido a los estudiantes de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. El Mensaje fue leído por Monseñor Georg Gänswein el pasado 21 de octubre de 2014 durante la ceremonia en que una nueva aula magna de dicha universidad recibió el nombre del Pontífice Emérito. En el mensaje se realza la labor misionera de la Iglesia como una tarea esencial e irrenunciable de ésta.


Mensaje de Benedicto XVI a los estudiantes de la Pontificia Universidad Urbaniana

[…]

En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente ante mí, en esta aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.

«Católica»: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura, sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las últimas palabras que Jesús dice a sus discípulos fueron: «Id y haced discípulos a todos los pueblos». Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de su fe.

Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes. Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar a mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo para poder convertiros en sus testigos.

El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy.

¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, que al comienzo movió a los cristianos más que a todos los demás, es aquí puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad sobre Dios, en último término, es inalcanzable y que, como mucho, lo que es inefable sólo puede hacerse presente con una variedad de símbolos. Esta renuncia a la verdad parece realista y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y, sin embargo, es letal para la fe. En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos intercambiables en el fondo, capaces de remitirse sólo de lejos al inaccesible misterio de lo divino. 

[…]

La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.

Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada.

[…]




[Traducción gentileza de InfoCatólica; texto completo del Mensaje aquí].


* «Oh Dios, que por la predicación y milagros de San Francisco quisiste agregar a tu Iglesia los pueblos de las Indias: concédenos propicio imitar los ejemplos y virtudes de aquél cuyos gloriosos méritos celebramos. Por nuestro Señor Jesucristo».

Actualización [10 de diciembre de 2016]: el sitio Infocatólica publica el relato admirable de la labor misionera que un sacerdote argentino, el Padre Federico, realiza actualmente en la meseta tibetana. Continuando desde 2014 la labor de San Francisco Javier en el Extremo Oriente, este sacerdote se entrega incansablemente a la tarea de ganar para Cristo y su Iglesia a paganos y a gente actualmente en poder de las sectas protestantes. Especialmente notable es que este sacerdote se ha servido para su labor del Catecismo de San Pío X, comprobando su gran eficacia pedagógica, tan actual hoy como ayer.

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